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La Visita Nocturna

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Despierto a cualquier hora de la noche, no lo sé con exactitud, solo una sed terrible me hace despertar. De inmediato, me siento al borde de la cama pensando en ir a beber un vaso con agua. La sed es tan intensa que siento mi boca amarga y mi lengua como una lija que raspa mis encías.

Al intentar ponerme de pie, escucho una respiración fuerte a mi lado. Me levanto como un resorte y voy a dar un grito de terror, pero la voz no me sale de la garganta. Sigue tan seca como antes, pero ahora siento que no soy capaz de mover un músculo de ella.

Decido salir de la habitación. No puedo estar con alguien ahí. Tal vez sea un ladrón o un asesino. En mi mente, trato de identificar por dónde pudo entrar en casa, pero sé que es casi imposible. No puedo dar una explicación lógica para que haya alguien ahí.

Me quedo parada tratando de poner mis pensamientos en orden y creyendo que tal vez fue mi imaginación. Sin embargo, la respiración sigue ahí al lado, a un paso, seguida de un jadeo como de alguien que está muy cansado. El miedo que siento es indescriptible, como si mi corazón se saliera por la boca y este, a su vez, sacara de mi cuerpo mi alma.

Como puedo, arrastro mis pies, pero estos pesan como plomo. Ya no pienso en la sed que siento, solo quiero huir del lado de aquel visitante. Doy medio paso porque me muevo muy lentamente, pero al intentar seguir, una mano fuerte se descarga en mi hombro.

No puedo gritar, solo sé que siento un frío bajar desde el lugar donde se descargó la mano y bajar por todo mi ser. Esa mano está tan fría como el hielo, tan fría como la muerte. Al pensar esto último, soy consciente de que lo que está allí conmigo no es un asaltante ni un asesino. Lo que está en mi habitación es un visitante del más allá.

Empiezo a temblar, y los cabellos de mi cabeza se llenan de una energía terrorífica, como si fueran agujas. En ese momento, solo puedo rezar. La mano fría sigue sobre mi hombro, y su respiración cansada se escucha con claridad. A pesar del miedo, quiero ser racional e identificar qué ente o espíritu puede estar allí.

Se me viene a la mente algo como una revelación. Es mi hermano, que hace pocas semanas había muerto. Antes de acostarme, le rezaba y le pedía que por favor viniera a despedirse de mí. Una tía me decía que esto no se debía hacer, que no debemos interactuar con los que están en el más allá. Al quererlos tener en este mundo, no los dejamos descansar en paz.

Le digo que no quiero ya saber nada de él, que descanse en paz, que me está asustando. En ese momento, él da un respiro fuerte, como de descanso, y quita su mano de mi hombro. En aquel instante, sé que sí era él, pero saberlo no me quita el terror que siento, por el contrario, lo acrecenta más.

Al quitar su mano, siento que pierdo la respiración y el equilibrio. Caigo de bruces en la alfombra. Antes de perder el conocimiento, puedo ver las botas de alpinismo de mi hermano, que están paradas a un lado de mí, con las botas que más le gustaban en vida.

No sé decir qué ocurrió en ese trascurso de la noche, porque lo último que recuerdo son esas botas. Al despertar, ya era de día, y yo estaba cómodamente acostada en mi cama. En la mesita de noche, había un vaso con agua a medio llenar. No recuerdo en qué momento fui a la cocina y traje ese vaso con agua. Es algo que hoy en día no se explicar.

Le rezo un par de padres nuestros a mi hermano y le digo que por favor nunca más vuelva a visitarme. No sé si mi corazón los resistiría. Tuvo que haber sido él porque nunca más sentí algo así.

¡Fin!

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