Recuerdo una experiencia que viví hace algunos años y que aún me resulta muy curiosa. Sucedió cuando tenía unos 15 o 16 años, durante las celebraciones del 16 de septiembre en México, en el municipio de Zinacantepec. Era el día del grito y un amigo y yo decidimos salir a divertirnos. Sin embargo, en menos de 30 minutos de haber llegado, fuimos asaltados. Intentamos alertar a las personas que pasaban, pero fue en vano. En ese momento, un hombre alto, de piel morena y muy delgado, se acercó y nos ofreció su ayuda para encontrar a los asaltantes.
Este hombre nos acompañó durante un buen rato, incluso cuando dimos varias vueltas por la zona. Aunque su vestimenta era un poco peculiar, tipo "pachuco", no nos pareció extraño en ese momento. La gente nos miraba, algunos nos conocían e incluso nos encontramos con una ex novia a la que le conté lo que nos había sucedido.
Mientras caminábamos, le preguntábamos al hombre detalles sobre él, pero sus respuestas eran extrañas. Decía que "no tenía nombre", que "ya estaba muerto" y que "venía de Michoacán". Incluso nos mostró algunas cicatrices de balas en su cuerpo. A pesar de todo, no recuerdo su rostro ni su voz. En un momento dado, cuando intentamos separarnos de él, simplemente desapareció, justo frente a la puerta de la iglesia.
Después de este extraño encuentro, tuvimos otra experiencia inusual. Eran alrededor de las 12:30 de la madrugada y nos encontrábamos en la base de taxis, sin dinero para regresar a casa. Nos pusimos a platicar con una pareja de ancianos que también esperaba un taxi. Les contamos lo sucedido y, de manera sorprendente, el hombre nos dio un billete de 50 para ayudarnos a regresar y se fueron caminando. Cuando el taxi los alcanzó, desaparecieron sin dejar rastro, como si una pareja de ancianos simplemente se hubiera esfumado.
Estos eventos me dejaron pensando y agradecido por la ayuda recibida en momentos difíciles, aunque aún me resulta un misterio lo que sucedió aquel día. Nunca antes había compartido esta historia de manera abierta.
¡Fin!
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