Cuando tenía tres años, me encontraba en la casa de mi abuela. Ella me advirtió con firmeza, que bajo ninguna circunstancia, abriera la puerta del cuarto a las tres de la mañana.
Una noche, me desperté con mucha sed; y eran aproximadamente las 2 y 50, así que fui a la cocina a beber un poco de agua. Al regresar a mi habitación, sentí una presencia detrás de mí. Al voltear, vi una figura alta, imponente y oscura.
Comencé a gritar desesperadamente. Abuela... ayúdame! Mi abuela salió apresurada, sosteniendo agua bendita, y al rociar aquella figura, esta desapareció.
Desde entonces, tuve pesadillas recurrentes hasta los diez años. Ahora tengo trece, y estoy sana y salva, todo gracias a mi abuela.
¡Fin!
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