Alonso retornaba a su hogar en Cordero, después de una noche de juego en una finca rural. La oscuridad lo envolvía, y el camino de regreso a casa lo llevaba inevitablemente a pasar junto al cementerio. Se detuvo un momento para descansar y echó un vistazo hacia el interior del camposanto. Una luz intermitente sobre una tumba llamó su atención, su curiosidad se despertó así como su avaricia. "Ahí debe estar escondido un tesoro!", pensó él. Empujó la puerta metálica, que rechinó terroríficamente y se acercó a la tumba iluminada. "¿Qué deseas de mí?", preguntó con voz temblorosa. Una voz terrorífica le respondió: "Necesito que me liberes de esta sotana que me consume. He estado sufriendo durante mucho tiempo". Ante él se erguía la figura imponente de un sacerdote. Asustado, Alonso intentó huir, pero el sacerdote lo detuvo. "No te vayas. Necesito tu ayuda. Regresa mañana a medianoche".
Alonso llegó a su casa y despertó a su familia, les contó la extraña experiencia que había vivido. Su hermano mayor le aconsejó: "Ve a hablar con el padre Ángel, él te guiará". Al día siguiente, Alonso visitó al padre Ángel, quien le dijo: "Toma estas tijeras bendecidas. Lleva también a un niño pequeño que haya recibido el bautismo". Alonso siguió el consejo y a medianoche, se dirigió al cementerio con las tijeras sagradas y el niño. El sacerdote lo esperaba junto a la tumba. Alonso cortó la sotana en trozos y se la quitó de inmediato. El niño lloró con gran sentimiento y el sacerdote dijo. "Todo lo que brilla no es oro. Agradece a Dios y al niño que no te arrebate tu vida por tu avaricia". Alonso salió corriendo, haciendo cruces y rezando para protegerse del mal.
¡Fin!
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