Un sábado por la madrugada, salía de un club nocturno junto a mis amigos. Esa noche me tocó ser el conductor designado, así que no probé una sola gota de alcohol. Mis amigos iban bastante bebidos, así que decidí llevar a cada uno a su hogar. Ya eran cerca de las 4 a.m. cuando dejé al último de ellos. Exhausto, solo pensaba en llegar a mi cama.
En un semáforo en rojo, una joven golpeó la ventana del lado del copiloto. Como me inspiró confianza, bajé el cristal. Ella me contó que unos sujetos la habían dejado sola y que había perdido su bolso con su dinero. Noté que su mirada era extraña y asumí que estaba ebria, por lo que acepté llevarla a su casa. En el trayecto, intenté conversar para romper el silencio, pero ella únicamente asentía y me indicaba por dónde debía ir.
Me dijo que vivía en una zona residencial hacia las afueras de la ciudad, así que aceleré, queriendo llegar a casa antes del amanecer. Pasamos por un tramo de un solo carril; a la derecha estaba la residencial y a la izquierda, una larga pared deteriorada por el tiempo. De repente, ella dijo: "Aquí es". Eché un vistazo al retrovisor para verificar si podía detenerme. Seguidamente, volteé la mirada hacia el asiento del copiloto; pero ella ya no estaba.
Me quedé helado, con el auto parado, intentando entender si había saltado del vehículo sin que me diera cuenta. Pero el silencio era total, no escuché ninguna puerta abrirse ni cerrarse. Miré a la izquierda y noté que la pared había terminado, revelando una entrada inusual. En la parte superior se leía: "Cementerio Municipal de Cancún". Esa madrugada, sin saberlo, llevé un alma errante en mi auto.
¡Fin!
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