Cuando nació nuestro hijo, decidimos que tendría su propia habitación. Lo acondicionamos con cámaras y un pequeño dispositivo de audio que captaba todos los sonidos.
Todo parecía transcurrir con normalidad. Seguíamos la rutina de cuidar al bebé y alimentarlo a las horas adecuadas. Sin embargo, una madrugada, exactamente a la 1:15, el bebé comenzó a llorar, y nuestro perro estaba de pie frente a la cuna ladrando sin parar. Pensamos que su ladrido había despertado al bebé, así que lo reprendimos y lo sacamos de la habitación esa noche.
Lo extraño fue que este suceso se volvió cada vez más frecuente, al principio solo un par de veces por semana, pero pronto comenzó a ocurrir todas las noches. Preocupados, decidimos llevar al bebé al médico para descartar cualquier problema de salud. El doctor nos aseguró que estaba completamente sano y no había nada de qué preocuparse.
Intrigado, me dispuse a revisar las grabaciones de la cámara para entender qué estaba ocurriendo. Fue entonces cuando vi algo aterrador: nuestro perro no despertaba al bebé a propósito. En el video se podía apreciar la figura de un anciano que entraba en la habitación. O, al menos, lo que parecía ser la silueta de uno. Intentaba acercarse a la cuna, pero el perro siempre se interponía, impidiéndole el paso. La grabación nos dejó helados.
Asustados, le preguntamos a nuestro vecino si sabía algo sobre los antiguos habitantes de la casa. Nos contó que antes vivía una familia, pero que habían tenido un terrible accidente en la carretera, y solo el abuelo sobrevivió. El pobre hombre, tras la trágica pérdida de su familia, nunca volvió a ser el mismo. Se pasó el resto de su vida buscando a su nieto desaparecido y falleció poco antes de que nosotros llegáramos a la casa.
Desde ese día, decidimos que nuestro hijo dormiría con nosotros, y nuestro perro, que antes pasaba las noches fuera, ahora duerme dentro de casa.
¡Fin!
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