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El Alma Errante de la Carretera a Coatzacoalcos

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Cuando tenía 12 años, estaba viajando con mi padre de Guadalajara a Coatzacoalcos. Habíamos estado en la carretera durante horas y no conseguíamos encontrar ninguna salida que nos condujera a la ciudad. A lo lejos, avistamos la caseta de Villahermosa, y nos quedamos pensando: "Parece que ya nos hemos pasado, pero, ¿cómo podemos saber cuál es la correcta?" Mi papá ya estaba visiblemente cansado; llevábamos 14 horas sin hacer una parada.

Con algo de suerte, avistamos a un joven que caminaba por la carretera. Se veía desarreglado, moreno, descalzo y algo magullado. Mi padre se orilló y yo le pregunté si sabía cómo llegar a Coatza. Nos dio indicaciones sin mirarnos a la cara, y tras un momento, mi papá giró el volante y seguimos el camino indicado.

Al mirar por el espejo retrovisor, me di cuenta de que el joven ya no estaba. Entonces le dije a mi padre que necesitaba ir al baño, así que se detuvo unos metros más adelante en una central de autobuses. Mientras él bajaba para revisar cómo iba nuestro perro, un taxi se aproximó y un hombre le preguntó si necesitábamos asistencia, ya que había visto que nos habíamos detenido.

Cuando mi padre le relató que le habíamos preguntado al joven que caminaba, el taxista palideció y le dijo: Señor, no había nadie en la carretera. Es muy peligroso caminar por esta autopista, debido a la cantidad de accidentes que han ocurrido. Cuando se detuvieron, no había absolutamente nadie más.

Al llegar a Coatzacoalcos, mi padre agradeció haber llegado sanos y salvos. Miró hacia el horizonte y expresó que, donde quiera que estuviera ese joven, deseaba que encontrara la luz y tranquilidad, porque, sin él, tal vez no hubiéramos llegado.

¡Fin!

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