En el corazón de un pueblo apartado, lejos del bullicio de las grandes ciudades, vivía Luis; un taxista dedicado a su oficio. Su vehículo era confidente de historias alegres y tristes.
Una noche, mientras el cielo oscurecía, Luis recibió una llamada para recoger a un anciano en el centro del pueblo. El hombre, de rostro curtido por el tiempo, emanaba un aura de misterio que intrigaba al taxista. Sin mediar palabra, el anciano le indicó un destino en las afueras de la ciudad.
A pesar de la desgana que le producía el viaje nocturno, Luis aceptó ansioso por regresar a su hogar donde lo esperaban su esposa y sus dos pequeñas hijas. El trayecto transcurrió en silencio, solo roto por la música que Luis puso para aligerar la tensión.
Al llegar al lugar designado, el anciano descendió del vehículo y con voz grave le advirtió a Luis: "Regresa por la misma ruta, no tomes el atajo. Allí acechan peligros ocultos".
La advertencia del anciano resonó en la mente de Luis, pero la tentación del atajo, más corto y solitario en la noche, era irresistible. Ignorando las palabras del anciano, Luis giró por el camino prohibido.
De pronto, una figura femenina se interpuso en su camino. Luis frenó bruscamente, logrando esquivarla por poco. Al bajar del auto para ver qué había ocurrido, la mujer se había desvanecido en la oscuridad.
Con el corazón palpitando a mil por hora, Luis regresó al auto, solo para encontrar a una joven en el asiento trasero. Su mirada penetrante lo instaba a seguir conduciendo. Sin pensarlo dos veces, Luis obedeció.
Al cabo de un rato, la joven bajó del auto y le pidió a Luis que tocara el claxon. El sonido resonó en la noche y presa del pánico, Luis huyó del lugar.
Días después, la noticia de un taxista desaparecido en esa misma ruta, lo sacudió hasta lo mas profundo de su ser. El claxon del vehículo del desaparecido estaba dañado.
Desde ese fatídico día, Luis jamás volvió a tomar el atajo. La advertencia del anciano y la experiencia paranormal lo marcaron para siempre, recordándole que en las historias de terror, a veces, la realidad supera la ficción.
¡Fin!
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