La noche en que falleció mi abuelo, fui testigo de aquello que hasta entonces solo había escuchado de terceras personas. Era muy tarde, y aunque nadie lo decía en voz alta, todos presentíamos que el final estaba cerca. Por alguna razón, sentí la necesidad de estar a su lado, convirtiéndome en la última persona que lo vio consciente y respirando.
Desde la cama, su voz temblorosa comenzó a balbucear nombres y palabras ininteligibles. Algo en su mirada me inquietó, como si viera algo que los demás no podíamos percibir. Me acerqué y le pregunté si necesitaba agua, o algo, pero él no me respondió. Sus ojos, llenos de angustia, estaban fijos en un punto detrás de mí.
—¡Hay alguien... algo negro! —balbuceó mi abuelo, invocando a mi madre.
Su expresión reflejaba terror y desconcierto. Intenté calmarlo, pero sus murmullos se volvieron más confusos, como si hablara con alguien más.
Sin saber qué más hacer, regresé a mi habitación. Minutos después, aún siendo de madrugada, escuché a mi madre levantarse apresurada, repitiendo su nombre con desesperación. Cuando su tono desesperado se transformó en sollozos, supe lo que había ocurrido.
Aún me pregunto, qué fue lo que vio mi abuelo en esos instantes finales. ¿Acaso eran espíritus que venían a recibirlo? ¿O la misma Parca aguardaba a su lado?. No lo sé, pero estoy seguro de que, en aquella habitación, no estaba solo cuando exhaló su último aliento.
¡Fin!
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