Todo esto sucedió hace aproximadamente 25 años, cuando mi tía abuela falleció. Por falta de dinero, solo mi padre y yo pudimos asistir a su funeral.
Durante el velorio, me incomodó ver a algunos tíos completamente ebrios, riendo y contando chistes fuera de lugar. La rabia y la tristeza me hicieron salir corriendo, y me dirigí hacia un maizal que conducía a un pequeño arroyo, con lágrimas en el rostro.
De repente, un ruido extraño me sobresaltó. Al principio pensé que era el viento, moviendo las ramas. Pero un segundo sonido, proveniente de un árbol, volvió a ponerme los nervios de punta. Miré de reojo y vi algo que me dejó aterrado:
— Era una figura de una persona, transparente, como un fantasma.
Aunque mi instinto me pedía correr, una fuerza extraña me hizo caminar hacia el nacimiento del arroyo. Me agaché para lavarme la cara, y tomar un poco de agua. Fue entonces cuando vi a una niña de unos ocho años, estaba sentada sobre una roca, con la mirada fija hacia el otro lado. Se alisaba el cabello con las manos, y tenia la ropa sucia y desgastada. Su presencia me causó un escalofrío.
Esta vez sí corrí, aterrado, de vuelta a la casa. Guardé silencio y no mencioné nada a nadie.
Años después, en una reunión familiar, salió el tema de las historias de terror. Decidí contarles mi experiencia. Mi tío, quien escuchaba con atención, me interrumpió bruscamente:
—Es en serio?,
—Yo también la vi —me dijo.
Es extraño, mi tío también tenía 15 años, cuando vio a la misma niña, en el mismo lugar.
¡Fin!
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