Estaba en el aeropuerto, bajo una lluvia persistente, cuando algo verdaderamente extraño cambió mi vida para siempre. Me invadía una tristeza profunda; pues mi esposa había viajado por trabajo a Colombia y estaría fuera por una semana.
El regreso a casa se sentía interminable, y el peso de la soledad hacía que cada kilómetro fuera más pesado. Fue entonces cuando noté que una de las llantas del auto comenzaba a desinflarse. Detuve el vehículo al costado de la carretera, tomé el gato hidráulico, y bajo la lluvia constante, reemplacé la llanta dañada por la de repuesto.
Mientras guardaba las herramientas, algo inusual llamó mi atención. Desde el borde de la carretera, apareció una joven de belleza sorprendente, que llevaba de la mano a una niña de unos nueve años. Sus caras reflejaban desconcierto y pena; caminaban lentamente, con la mirada perdida y lágrimas en los ojos.
Sin dudarlo, me acerqué a ellas y les ofrecí ayuda. Les entregué una manta para que se cubrieran del frío, y las invité a subir al auto. Mientras retomaba el camino, traté de entender qué había sucedido.
—¿Qué hacían solas en un lugar tan peligroso? —pregunté con preocupación.
Guardaron silencio por un momento, hasta que la joven respondió en voz baja:
—Estamos buscando a nuestra mamá.
Con esas palabras en mente, continué conduciendo. De pronto, algo inesperado me obligó a frenar bruscamente. Un oficial de policía se encontraba en medio de la carretera. A medida que disminuía la velocidad, pude ver un accidente trágico. Según el agente, una familia entera había perdido la vida en el lugar. Alarmado, giré la cabeza hacia el asiento trasero para comprobar cómo estaban las niñas, pero mi corazón dio un vuelco al descubrir que no había nadie. Solo la manta permanecía, arrugada sobre el asiento.
El oficial se acercó a mí con el ceño fruncido, y me preguntó.
—¿Se encuentra bien?. Hace un momento lo vi hablando solo dentro del auto.
Sus palabras me dejaron perplejo. Yo estaba seguro de haber conversado con las niñas todo el trayecto. Entonces, el oficial sacó su teléfono y me mostró una fotografía que me dejó sin palabras. Las niñas que había recogido, eran las mismas de la imagen. Pero según él, ellas habían fallecido minutos antes en el accidente.
—Recuperamos todos los cuerpos, excepto el de la madre, que seguimos buscando —añadió el oficial.
Desde ese día, nunca más he sido capaz de conducir solo. Si debo hacerlo, me aseguro de que alguien me acompañe.
¡Fin!
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