Durante mi niñez, en mi familia, acostumbrábamos hacer muchos viajes juntos. Mi padre conducía una camioneta bastante espaciosa, donde todos íbamos cómodamente. Durante uno de esos viajes, ocurrió algo que jamás he logrado sacar de mi mente. Transitábamos por una carretera desolada; cuando de pronto, mi padre y mi tío, que iban en los asientos delanteros, se quedaron petrificados ante algo que apareció en el camino.
Bajo el resplandor de los faros, a un lado de la carretera, apareció un hombre vestido de blanco. Lo que más llamaba la atención, no era solo su atuendo, sino que la figura no caminaba, flotaba; con los pies elevándose a medio metro del suelo. En una de sus manos llevaba un bastón de madera, y su presencia, provocaba una sensación de miedo que erizaba la piel.
Puedo recordar perfectamente, cómo mi padre y mi tío, quienes siempre habían sido hombres de carácter fuerte, y muy escépticos en temas sobrenaturales, se veían pálidos y claramente perturbados. Aunque no pronunciaron palabra alguna, sus rostros eran un reflejo de lo que sentían. Por su parte, mi madre y mi tía, que iban en los asientos traseros, comenzaron a rezar. Sus oraciones, llenas de nerviosismo y desesperación, se intensificaron, al punto de que las lágrimas les comenzaron a brotar. Ambas estaban convencidas, de que aquella figura era San Judas Tadeo.
El ambiente dentro de la camioneta, se impregnó de un miedo inexplicable. Tras unos instantes, la figura simplemente desapareció, dejando en nosotros una sensación de miedo y confusión.
A pesar de que mi padre y mi tío, eran los más incrédulos de la familia, nunca pudieron hallar una explicación para lo que vieron esa noche. Incluso ahora, cuando el tema sale en conversación, evitan entrar en detalles.
¡Fin!
¿Te gustó este relato? ¡Vota por él y ayúdalo a convertirse en la historia de terror más votada del sitio!.