Hace algún tiempo, trabajé como guardabosques en una zona remota de Cusco - Peru, protegiendo a las vicuñas de cazadores furtivos. Mi lugar de trabajo era una pequeña cabaña en medio de la nada, a unos 40 kilómetros del poblado más cercano, lo que significaba pasar meses sin ver a nadie. A veces el aislamiento duraba 3 o 4 meses, pero en mi caso, fueron 6 meses completos. Llevaba conmigo suministros, armas y todo lo necesario para ese período, listo tanto física como mentalmente para soportar la soledad sin perder la cordura. Siempre me han gustado los libros, la pintura y la música, que me acompañaban en esas largas jornadas de aislamiento.
Los lugareños me advirtieron sobre presencias extrañas en los alrededores, mencionando historias de sirenas en el río, almas en pena o incluso duendes. Aunque no vi mucho de lo que decían, sí experimenté un par de sucesos misteriosos. En una ocasión, alguien llamó a la puerta tres veces. El golpe era como de una mano, rodeada de lo que parecía una cadena. Esa cadena sonaba con cada movimiento, pero no le di mayor importancia, y después de un rato, cesaron los golpes.
Sin embargo, en las últimas semanas, mientras cumplía con los 6 meses de estancia, sucedió algo más inquietante. Estaba leyendo un libro de Dumas cuando sentí que una de las esquinas del techo, que estaba hecho de metal corrugado y sostenido por vigas gruesas de madera, comenzaba a hundirse. Pensé que algún animal se había subido, tal vez una vicuña o un felino. Hice algunos ruidos para ahuyentarlo, pero la criatura no se movía. Luego, el hundimiento pasó a la otra esquina, extendiéndose hacia el centro. Lo que fuera, debía ser enorme y pesado, ya que la distancia entre las esquinas era de unos 4 metros.
Mi mente comenzó a imaginar todo tipo de criaturas. Lo que sea que estuviera en mi techo era grande, pesado y de movimientos lentos. El techo de la cabaña estaba a unos 3.5 metros de altura, y la presión era tan fuerte que sentía que en cualquier momento se derrumbaría. Con los nervios de punta, tomé mi pistola Baikal Makarov, y siguiendo el protocolo, grité tres veces advirtiendo que estaba armado. Al no recibir respuesta, disparé un tiro al suelo como advertencia, y finalmente, disparé seis balas hacia el techo, esperando que lo que sea que estuviera allí se fuera. No salí a verificar, pues siempre he escuchado que ver algo paranormal puede hacerte perder la razón.
A la mañana siguiente, el techo estaba completamente deformado, como si hubieran dejado caer toneladas de peso sobre él, mientras el agua de las lluvias se filtraba por los agujeros que dejaron las balas. Unas semanas después, los encargados de la cabaña llegaron a recogerme, y cuando vieron el estado del lugar, me hicieron pagar por los daños. Nadie me creyó lo ocurrido.
¡Fin!
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