Una noche, salí a tomar unas copas con un amigo alrededor de las 10. No era tan tarde, así que decidimos ir al rancho de uno de sus amigos, este vivía en las afueras de la ciudad, cerca al monte. Al regresar, mi amigo me preguntó por dónde habíamos ingresado y, confundiéndome entre las calles, lo guié incorrectamente.
De pronto, llegamos a una casita antigua hecha de carrizo. Afuera, había algo oscuro sentado, mirándonos fijamente. Tenía el cuerpo similar al de un perro y su rostro se parecía al de un murciélago. Lo que más llamaba la atención eran sus ojos, que me recordaron a las caricaturas de mirada cansada o deprimida.
Mi amigo palideció cuando le pregunté si había visto lo que nos observaba. Sí, ya lo vi. Cállate, me estás asustando más y no puedo moverme, me contestó. La verdad, yo estaba llorando de terror. Esa criatura simplemente nos observaba y parecía acercarse lentamente.
Por suerte, mi amigo reaccionó y salimos corriendo de allí. En todo el camino no dijimos ni una palabra; estábamos aterrorizados y confundidos. Al llegar a casa, le conté a mi madre lo que había sucedido, y ella me dijo que probablemente habíamos encontrado a un nahual, ya que en las montañas y cerros es común verlos. Fue una experiencia espeluznante, y aún tengo grabada la imagen de esa criatura en mi mente.
¡Fin!
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