Cada vez que el ciclo escolar terminaba, acostumbrábamos a ir en bicicleta hasta la casa de mi abuela, en un sitio llamado Lepaera, en el departamento de Lempira, Honduras. Me emocionaba la idea de visitar las fincas de café de mi tío, situadas en una montaña conocida como Las Moras. Toda la familia participaba en estas visitas, y una de mis actividades favoritas era ir a buscar agua a un pequeño río que fluía entre dos montañas. Siempre regresaba a casa contento con las botellas llenas de agua fresca.
Sin embargo, una tarde mientras todos estaban ocupados recolectando café, el agua en casa se agotó. Mi abuela me pidió que trajera más, y acepté con gusto. Tomé las botellas y me encaminé hacia el río, como de costumbre. Todo parecía en calma mientras llenaba la primera botella, pero justo cuando estaba a punto de llenar la segunda, algo llamó mi atención. Al levantar la mirada, vi una pequeña figura flotando en el aire, con un sombrero puntiagudo en la cabeza. El miedo me invadió y resbalé cayendo dentro del agua. Sin pensarlo dos veces, salí corriendo hacia la casa, con el corazón acelerado y el pánico apoderándose de mí.
No sé cómo logré subir la montaña tan rápido, pero cuando llegué, le conté a mi abuela lo que había visto. Su rostro se tornó serio y me dijo que no volviera a buscar agua allí. Luego me explicó que lo que había visto era un duende, y que se decía que aquellos a quienes se les aparecía, corrían el riesgo de perderse para siempre o desaparecer.
A pesar de que han pasado los años, nunca he regresado a la finca de mi tío. No obstante, en ocasiones, el recuerdo de ese duende me visita en sueños. Esa experiencia quedó profundamente grabada en mi mente, y aunque el tiempo ha pasado, sigo sin poder olvidarla.
¡Fin!
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