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Hay un Duende en mi Habitación

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En mi infancia, la oscuridad era mi peor pesadilla. Cada noche, cuando el silencio se adueñaba de mi habitación, un pequeño ser juguetón me atormentaba. Desde un principio sospechaba que era un duende, una criatura traviesa de los cuentos de mi abuela. Con ojos brillantes y una sonrisa burlona, saltaba de un lado a otro del ropero, lanzando mis muñecas al aire, como si fueran proyectiles.

Mis gritos desesperados, despertaban a mis padres, pero al entrar en la habitación, el duende desaparecía sin dejar rastro. Mis padres, escépticos, pensaban que era parte de mi imaginación.

Pero un día, mientras ordenaba mi cuarto, mi madre descubrió unas pequeñas huellas bajo la cama, como si una criatura diminuta hubiera estado allí. Vivíamos en una zona rural, rodeada de naturaleza, lo que hacía que la idea de un duende no fuera tan descabellada.

Las travesuras del duende no se limitaron a mi habitación. Objetos desaparecían misteriosamente y aparecían en lugares insólitos. Los zapatos de mi padre, por ejemplo, amanecían en el baño. Mi abuela, conocedora de antiguas tradiciones, nos aconsejó dejarle ofrendas, como dulces y cosas brillantes para apaciguar su espíritu juguetón.

Siguiendo su consejo, empezamos a dejarle pequeños obsequios en un rincón de mi habitación. Y así, poco a poco, el duende dejó de molestarnos, dejando atrás solo el recuerdo de aquellas noches llenas de miedo y asombro.

¡Fin!

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