Mi bisabuelo que fue militar, siempre nos contaba una historia, que nos erizaba la piel al escucharlo. Narraba, que durante una misión de reconocimiento, él y sus compañeros, se extraviaron en un terreno inhóspito. Sin provisiones, y al borde del agotamiento, deambularon sin rumbo hasta que de manera inesperada, encontraron a un grupo de monjes, que los guiaron a su monasterio, un lugar que parecía emerger del pasado.
Al ingresar, mi bisabuelo contaba que la sala principal, estaba llena de figuras cubiertas con túnicas oscuras, retratos de santos, y velas que proyectaban sombras tenebrosas. Los monjes los condujeron hasta un espacioso comedor, donde para su sorpresa, los esperaba un banquete. La comida era abundante, y sin cuestionar demasiado su suerte, los soldados comieron hasta quedar satisfechos.
Los monjes, sin pronunciar palabra alguna, también les ofrecieron más víveres, para llevar a sus compañeros. A la mañana siguiente, al recordar la generosidad recibida, decidieron regresar al monasterio, para devolver los utensilios que les habían prestado. Golpearon la puerta insistentemente, pero nadie respondió. Minutos después, un hombre que pasaba por allí, los miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
Al preguntarles qué hacían, mi bisabuelo le explicó lo sucedido. El hombre sorprendido, les dijo que ese monasterio llevaba años abandonado, desmoronándose lentamente, bajo el peso de la naturaleza y el tiempo. Atónitos, mi bisabuelo y sus compañeros se asomaron por las ventanas, y lo que vieron los dejó sin palabras. En lo que antes, había sido un lugar lleno de vida, ahora se encontraba reducido a ruinas, cubiertas de polvo y telarañas.
Sin decir nada más, dejaron los utensilios en la puerta, como si temieran ofender algún espíritu ancestral, y regresaron corriendo al campamento, sintiendo que algo invisible los acechaba entre los árboles.
¡Fin!
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