La historia que les contaré a continuación le ocurrió a mi primo cuando era un pequeño de apenas cuatro años. En ese entonces, él se encontraba pasando una temporada junto a sus dos hermanos y tíos en la casa de mi abuela. Un día, organizaron una gran comida a la que asistieron varios conocidos de la familia. El ambiente era alegre y festivo, lleno de risas y conversaciones animadas. Sin embargo, a medida que la tarde avanzaba y el sol comenzaba a ocultarse, una inquietud se apoderó de mi primo.
Presionado por las ganas de orinar, se dirigió a su tía en busca de ayuda. Ella, distraída en una amena conversación, simplemente le indicó que se dirigiera hacia el gran árbol que se encontraba en el patio trasero. Mi primo, sin más remedio, emprendió su camino hacia el imponente árbol, mientras la luz del día se desvanecía y la noche se extendía.
Al llegar al árbol, mi primo se dispuso a aliviar su necesidad. Sin embargo, no había pasado ni un minuto cuando un escalofrío recorrió su cuerpo y un grito ahogado escapó de sus labios. Corrió de regreso hacia donde estaban todos, preso del terror, con el rostro pálido y los ojos llenos de lágrimas.
Su tía, alarmada por su estado, lo interrogó sobre lo que había sucedido. Entre sollozos y palabras entrecortadas, mi primo logró articular que mientras orinaba, un niño se le había acercado con una sonrisa que le heló la sangre. Lo que más lo aterrorizó fueron sus dientes, largos y puntiagudos como los de una fiera.
A partir de esa aterradora noche, la vida de mi primo se convirtió en una pesadilla. El niño de la sonrisa escalofriante se convirtió en su peor enemigo, visitándolo cada noche en sus sueños. Al despertar, una sensación de pánico lo invadía al sentir la mirada penetrante de aquel ser sobre él. Sus llantos eran constantes, despertando a toda la familia y llenando la casa de un ambiente de preocupación.
Preocupada por la salud mental de su nieto, mi abuela sugirió que la presencia que atormentaba a mi primo podría ser un duende maligno. El miedo se intensificó y la familia decidió buscar ayuda en unas monjitas, quienes, con oraciones y bendiciones, purificaron la casa.
Lo más aterrador era que, según mi primo, el niño de la sonrisa escalofriante salía del árbol durante el día. Impulsados por la desesperación, los tíos ordenaron talar el árbol. Esta acción, junto a las plegarias de las monjitas, finalmente liberó a mi primo de su tormento. El niño de la sonrisa escalofriante nunca más volvió a perturbar su sueño.
¡Fin!
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