El aguacero caía sin tregua sobre la ciudad, creando una atmósfera lúgubre y melancólica. En la morgue del hospital, la penumbra reinaba, solo iluminada por las luces tenues de la sala de autopsias. Era una noche fría y desértica, solo interrumpida por el sonido del agua golpeando contra las ventanas.
Ana, una joven patóloga, se encontraba sola en su turno nocturno. Su asistente no había llegado debido a la tormenta, dejándola a cargo de la morgue en la quietud de la noche. Un escalofrío le recorrió la espalda al sentir el peso de la soledad en aquel lugar tan frío y silencioso.
Mientras realizaba la autopsia a una niña, un doctor irrumpió en la sala, depositando una muñeca de porcelana sobre la mesa de herramientas. Ana, sorprendida, le preguntó por qué la había dejado allí.
"Es la muñeca de la niña", respondió el doctor con voz grave. "Su madre me pidió que no se la quitara, ya que era su posesión más preciada y se alborota cuando no la tiene cerca."
Ana, incrédula, cuestionó la creencia del doctor. ¿En verdad cree que la niña va a regresar de entre los muertos para buscar su muñeca?.
"Los muertos no deben ser despojados de sus pertenencias, y menos los niños, cuyas almas puras a veces no comprenden que han dejado este mundo", respondió el doctor con convicción.
Ana, aunque no compartía la creencia del doctor, decidió no discutir y le indicó un lugar seguro para la muñeca. El doctor, con una mirada de comprensión, se retiró de la sala, dejando a Ana sola con sus pensamientos y la muñeca inmóvil sobre la mesa.
De repente, un sonido escalofriante resonó en la morgue: risas infantiles inocentes. Ana se sobresaltó, pensando que provenían de la calle, pero la lluvia torrencial ahogaba cualquier otro sonido. A pesar de la hora tardía, las risas continuaban, cada vez más cercanas.
Ana, con las manos temblorosas, terminó el informe de la autopsia y tomó la muñeca para colocarla junto al cuerpo de la niña. En ese preciso instante, su teléfono sonó, rompiendo el silencio sepulcral. Con el corazón palpitando a mil por hora, contestó la llamada y salió al pasillo para hablar con mayor tranquilidad.
Un error fatal: Ana llevaba consigo la muñeca. Mientras conversaba por teléfono. Ante sus ojos atónitos, la niña de la autopsia salió caminando de la sala, con una expresión de ira en su rostro pálido.
Ana, paralizada por el terror, quiso huir, pero sus piernas fallaron y cayó al suelo. Cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo la muñeca se deslizaba de su mano. Cuando finalmente abrió los ojos, la muñeca ya no estaba.
El doctor, al encontrarla en el suelo, la ayudó a levantarse y le preguntó qué había pasado. Ana, temblorosa, solo pudo preguntar por la muñeca. El doctor, sorprendido por su pregunta, fue en busca de la muñeca, encontrando a la niña quien la sostenía con firmeza entre sus brazos.
En ese momento, Ana comprendió que los muertos, en efecto, reclaman lo que les pertenece. La muñeca, tras ser devuelta a la familia de la niña, dejó de aparecer en la morgue, dejando solo el recuerdo de una noche escalofriante y una lección aterradora.
¡Fin!
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