La noche envolvía el hospital en un silencio sepulcral mientras la guardia avanzaba. El estrés y la fatiga se apoderaban de mí, pero el deber me mantenía alerta. Era un fin de semana de fiestas patronales, y el flujo de pacientes heridos no cesaba. La mezcla de alcohol y la irresponsabilidad llenaba las salas de emergencia.
Mi turno de 24 horas comenzó temprano, a las 7 de la mañana, en el servicio de Radiología. Éramos dos radiólogos para cubrir todas las áreas del hospital, desde los pacientes hospitalizados hasta las emergencias. Conforme avanzaba el día, el cansancio se hacía más evidente, pero seguí adelante, determinada a cumplir con mi deber.
Llegó la noche y la división de turnos. Opté por continuar hasta las 3 de la mañana y luego descansar hasta el amanecer. Las habitaciones de descanso para el personal de guardia se encontraban en el ala del noveno piso. Sin embargo, por alguna razón desconocida, decidí quedarme en la última habitación del pasillo. Estaba tan exhausta que me dejé caer en la cama sin siquiera cambiarme de ropa.
No sé cuánto tiempo pasó antes de que me sumiera en un sueño profundo. En mi inconsciencia, escuchaba una melodía infantil, una voz diminuta cantando en la distancia. Sentí como si alguien acariciara mi cabeza, jugando con mi cabello. El cosquilleo en mi cabeza me sacó del sueño de golpe.
Al abrir los ojos, me encontré con una niña de unos cuatro o cinco años, jugueteando con mi pelo y cantando. Al principio, pensé que era una paciente que se había escapado del piso diez, donde se encontraba la hospitalización de pediatría. Entre risas, intenté calmarla y llevarla de regreso a su lugar seguro.
Pero en un instante, la niña desapareció ante mis ojos, dejándome confundida y desconcertada. De repente, volvió a aparecer, saltando sobre la cama como si estuviera jugando. Esta vez, subí al piso de pediatría y compartí lo sucedido con la enfermera de guardia.
La enfermera me contó la trágica historia de la niña, que había sido llevada al hospital en condiciones deplorables y nunca más se supo de sus padres. A pesar de los esfuerzos del personal por cuidarla y darle amor, la pequeña no pudo superar las secuelas de su sufrimiento y falleció en el hospital. Desde entonces, su alma inocente seguía rondando el lugar que una vez le brindó amor y cuidado.
Esta experiencia paranormal, lejos de infundirme miedo, me dejó una profunda sensación de conexión con el más allá y la certeza de que el amor perdura incluso más allá de la vida terrenal.
¡Fin!
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