Algunos afirman que en ese instante crucial, cuando el alma se despide de nuestro cuerpo mortal, se manifiesta la presencia de nuestros seres queridos que partieron antes que nosotros, para acompañarnos en el tránsito hacia el mas allá.
Una noche fría, mientras la luz de la luna iluminaba el pueblo con su tenue luz plateada, María se preparaba para descansar. De pronto, un ladrido desesperado de Riki rompió la quietud del hogar. Lulu, su nieta, se despertó sobresaltada y acudió al lugar donde provenía el alboroto.
Riki, con el pelo erizado y los ojos fijos en la oscuridad, ladraba sin cesar hacia un punto invisible. Lulu, confundida y un poco temerosa, se asomó a la ventana, pero solo vio la noche quieta y el cielo estrellado. Pensando que se trataba de una falsa alarma, regresó a su cama, pero la inquietud se había apoderado de ella.
Los días siguientes transcurrieron con normalidad. María, aunque convaleciente, mostraba signos de recuperación. Sin embargo, algo extraño comenzaba a ocurrir. En sus momentos de lucidez, la anciana hablaba de personas que ya no estaban en este mundo, mencionando a su madre, Doña Licha, a su hermano Carlos y sobre todo, a su difunto esposo.
Lulu, inicialmente, lo atribuyó a la confusión propia de la edad y la enfermedad. Pero una noche, mientras cuidaba a su abuela, escuchó un grito desgarrador que provenía de su habitación. Al entrar, encontró a su abuela presa de una profunda agitación, murmurando palabras entrecortadas:
"¡No quiero ir! ¡Déjenme en paz! ¡No quiero ir con ellos!".
Lulu, con el corazón en la garganta, intentó calmarla, preguntándole quiénes la querían llevar. La respuesta de María la dejó helada:
"Tu abuelo, mi mamá, Doña Licha y Carlos. Quieren que me vaya con ellos, pero yo no quiero. ¡Diles que se callen! ¡Quiero dormir!".
Un escalofrío recorrió la espalda de Lulu al escuchar esas palabras. Miró hacia la ventana, buscando la fuente de la inquietud de su abuela, pero no vio nada más que la oscuridad de la noche. Riki, sin embargo, seguía ladrando sin cesar.
Al día siguiente, Lulu despertó con una sensación de vacío en el pecho. Se dirigió a la habitación de su abuela para avisarle que sus hijos habían llegado para visitarla. Pero al entrar, la encontró inmóvil, con una expresión serena en su rostro. María había partido durante la noche, acompañada por las presencias que la habían llamado.
Lulu, con el corazón lleno de tristeza pero también de paz, comprendió que su abuela no había muerto sola. En sus últimos momentos, estuvo rodeada por el amor y el recuerdo de sus seres queridos que ya no estaban en este mundo, quienes la acompañaron en su viaje hacia el más allá.
¡Fin!
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