Vivo en Iztapalapa, y hace ya 20 años, llegó a nuestra familia un nuevo integrante: mi sobrino Manuel. Como primer nieto, su nacimiento llenó de alegría nuestro hogar. Sin embargo, cuando tenía alrededor de 4 o 5 años, comenzó a hablarnos de una "amiguita" con la que jugaba en casa. Al principio, lo tomamos como una fantasía normal de un niño pequeño.
Lo curioso era la forma en que describía a esta compañera de juegos. Si alguien le preguntaba quién era, él simplemente respondía:
—Es mi amiguita —y continuaba jugando como si nada.
Todo tomó un giro inesperado una tarde, cuando mi hermana se encontraba en casa con Manuel, y pasó el tamalero como de costumbre, anunciando su mercancía. Pero ese día, el hombre hizo algo fuera de lo común: miró a mi hermana y le preguntó:
—¿Hoy no va a salir la niña por su tamal?
Sorprendida, mi hermana respondió:
—¿Qué niña? Aquí el único niño que vive es mi hijo Manuel.
El tamalero, con mucha seguridad, le respondió:
—No señora!. Siempre sale una niña que viene junto a su padre. La he visto venir varias veces por tamales.
Esa conversación nos dejó sin aliento. En casa nunca había una niña, ni siquiera de visita. Manuel era hijo único y aún muy pequeño para inventar algo tan elaborado.
A partir de ese día, nos dimos cuenta de que la "amiguita" de Manuel, no era una invención de su imaginación infantil. Aunque el tiempo pasó y Manuel dejó de hablar de ella, aquella experiencia se quedó grabada en nuestros recuerdos.
¿Quién era esa niña, que solo Manuel y el tamalero lograron ver?.
¡Fin!
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