Mateo era un joven solitario, que vivía en una casa aislada al borde de un pequeño pueblo. Una noche, el insistente lamento de un gato lo despertó, arrancándolo de un sueño profundo. El estruendo de los contenedores de basura, siendo removidos, completaba la perturbadora noche. Ignorando al principio el alboroto, intentó volver a conciliar el sueño, pero pronto se vio obligado a levantarse, ante la insistencia de aquellos sonidos inquietantes.
Guiado por el ruido, se dirigió hacia los contenedores de basura, que se encontraban fuera de su casa; mientras caminaba, su corazón palpitaba con cada paso que daba. Al observar el lugar, la ausencia de los gatos lo desconcertó, pero lo que encontró a continuación lo dejó helado. Una figura oscura, revolvía los desechos con una inquietante calma.
Intuyendo el peligro, Mateo intentó retroceder silenciosamente, pero el destino quiso que tropezara con un contenedor, provocando un estruendo que resonó en la noche. La figura se giró lentamente, revelando unos ojos negros y unos colmillos afilados.
A sus pies se encontraba un gato; inerte, con el pelaje ensangrentado. La criatura emitió un rugido siniestro, profundo y escalofriante, antes de desvanecerse en la oscuridad, dejando a Mateo paralizado por el miedo.
Al amanecer, el pueblo se sobresaltó al descubrir una trágica escena: una docena de gatos, con la sangre drenada, yacían sin vida. La leyenda de un ser oscuro, un chupasangre que acechaba en las noches, se propagó rápidamente. Mateo, testigo de aquel horror, quedó marcado para siempre.
¡Fin!
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