Hace muchos años, en una pequeña casa junto al mar, vivía una familia compuesta por el padre, la madre y su hijo de tres años, Daniel. Las noches eran tranquilas, hasta que Daniel comenzó a llorar a mitad de la noche. Decía que el coco lo asustaba, y sus mejillas estaban siempre mojadas por las lágrimas. El padre, Juan, pensó que era solo un mal sueño y dejaba que Daniel durmiera con su madre, Elena.
Pero las cosas empeoraron. La siguiente noche, Daniel se negó a quedarse en su cuarto. Juan intentó convencerlo de que el coco no existía, pero los gritos de Daniel lo despertaron nuevamente. Desesperado, Juan decidió instalar una cámara en el cuarto de Daniel para demostrarle que no había monstruos.
La tercera noche fue diferente. No hubo gritos ni llantos. Juan se sintió aliviado al despertar por la mañana, después de su primera noche tranquila en días. Sin embargo, algo no estaba bien. Daniel no parecía cansado en absoluto. Ni siquiera protestó cuando su madre lo llevó al preescolar.
Intrigado, Juan revisó la grabación de la cámara. A las dos de la madrugada, vio cómo la puerta del armario se abría lentamente. Del interior emergió una figura pálida y esquelética: una mujer con largo cabello negro y ojos grandes. Una espina sobresalía de su espalda, y su cuerpo, parecía haber sobrevivido a un holocausto.
La mujer se acercó a la cama de Daniel, y le tapó la boca con una mano anormalmente grande. Daniel intentó gritar, pero no pudo. La mujer lo llevó de vuelta al armario, con una facilidad sorprendente. Una hora después, regresó con lo que parecía un gusano convulsionando, del tamaño de una mochila. Lo colocó en la cama de Daniel antes de volver al armario.
Durante las siguientes dos horas, Juan observó cómo el gusano se retorcía y mutaba hasta parecerse a Daniel. Una vez completada la transformación, la criatura salió de la cama, se puso un pijama y se metió de nuevo bajo las sábanas. Juan no sabía qué era esa cosa, que su esposa llevó al preescolar, pero estaba seguro de que no era su hijo.
¡Fin!
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