La Laguna de Guatavita en Colombia, siempre había sido un lugar especial para Juan, Diego y Sofía. Sus tardes las dedicaban a saltar al agua cristalina, a reír y a compartir sus secretos. El lago era más que un simple cuerpo de agua; era un lugar mágico.
Un día, se unió a ellos Mateo; un nuevo chico de la escuela. Era algo tímido, pero pronto se integró al grupo. Juntos, compartían sus tardes de diversión en la laguna.
Durante una tarde, ocurrió lo inexplicable. Mateo, sin previo aviso, se adentró en las aguas más profundas. De repente, un grito rompió la tranquilidad del lugar. Sus amigos lo vieron forcejear, mientras algo lo arrastraba hacia abajo. Dos de ellos, expertos buceadores, se sumergieron para rescatarlo.
En las profundidades; observaron como una figura vagamente humana, lo tenía sujeto; con largos cabellos oscuros y una piel como escamas. Era como si una sirena, de las que tanto habían escuchado en las leyendas locales, lo arrastraba hacia un abismo oscuro. Intentaron liberarlo, pero la fuerza y velocidad de la criatura era sobrehumana.
A partir de ese día, cada vez que los amigos volvían a la laguna; veían a Mateo a lo lejos, sentado en una roca, mirando fijamente hacia el horizonte. Cuando ellos se acercaban, él los reconocía con una sonrisa triste y se sumergía en el agua. Era como si una parte de él perteneciera a ese lugar oscuro y misterioso.
Los lugareños; al escuchar la historia, les hablaron de las leyendas antiguas sobre el lago. Decían que en sus profundidades habitaban seres ancestrales, guardianes de un tesoro perdido; que protegían su hogar con ferocidad. Algunos aseguraban haber visto a las sirenas, criaturas mitad mujer, mitad pez, con cantos hipnóticos que atraían a los incautos hacia las profundidades.
Los amigos de Mateo, comenzaron a creer que había sido capturado por una de esas criaturas. Sin embargo, no podían resignarse a perder a su amigo. Intentaron todo lo posible para traerlo de vuelta: realizaron rituales, buscaron ayuda de curanderos y hasta consultaron a un viejo chamán que vivía en las montañas.
El chamán, les dijo que Mateo había sido marcado, que una parte de él ahora pertenecía al mundo acuático. Sin embargo, también les ofreció una esperanza: si lograban encontrar un objeto personal de Mateo y lo lanzaban al lago durante una noche de luna llena, tal vez podrían romper el hechizo.
Los amigos siguieron el consejo del chamán. Encontraron un pequeño amuleto que Mateo siempre llevaba consigo y lo lanzaron al lago durante una noche de luna llena. Aguardaron con mucha esperanza, pero nada sucedió. Mateo seguía apareciendo en la orilla, pero nunca se quedaba.
¡Fin!
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