Una madrugada, viajaba con mi padre por una carretera solitaria. Él conducía, y eran aproximadamente entre las dos a tres de la mañana. Llevábamos una velocidad considerable, pues deseábamos llegar a casa lo antes posible, para descansar unas horas tras un largo trayecto. A mi alrededor, todo parecía tranquilo y desolado, sin señales de vida.
Me mantenía atento, especialmente del lado del conductor, vigilando que mi padre no se quedara dormido al volante. A lo lejos, se podían distinguir algunas rancherías, pero el camino estaba despejado, sin árboles ni vegetación que bloquearan la vista. De pronto, algo impactó contra el lado del conductor. Surgió de la nada, y lanzó un grito extraño y escalofriante, similar al de un perro, pero no lo era.
Al mirar por el retrovisor, algo llamó mi atención. Cuando volví a enfocar mi vista hacia adelante, sentí que la sangre se me helaba. Una figura oscura, del tamaño de una vaca, pero con características completamente diferentes, se alzaba frente a nosotros. Tenía patas alargadas, un cuerpo desproporcionado, y emitía un grito aterrador.
Lo peor fue que aquella cosa, comenzó a perseguirnos. Primero cojeaba, pero luego avanzaba sobre dos patas. Mi padre, claramente asustado, aceleró el vehículo, y logramos dejarla atrás. Un escalofrío recorrió nuestro cuerpo, la piel se nos erizó, y el ambiente se tornó pesado.
Cuando finalmente alcanzamos un pueblo iluminado, decidimos detenernos. Hablamos sobre lo que habíamos visto, pero ninguna explicación parecía encajar. La criatura había aparecido de forma inexplicable, y al no reconocerla como un animal común, el desconcierto y el temor nos invadió. Mi padre, quien había crecido en ranchos y zonas rurales, estaba convencido de que no pertenecía a esta región. Aquel encuentro seguía siendo un misterio sin respuesta.
¡Fin!
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