Adrián, un estudiante universitario de 22 años, se encontraba varado en la lúgubre carretera que conectaba su pueblo natal con la ciudad. La noche había caído y la desolación del lugar lo envolvía en una atmósfera de inquietud. De pronto, a lo lejos, las luces de un autobús se vislumbraron entre la niebla. Era su última esperanza para llegar a casa.
Con un gesto de alivio, Adrián hizo una señal para detenerlo. El autobús, viejo y oxidado, se detuvo con un chirrido espeluznante. Al subir, Adrián notó un silencio sepulcral y una oscuridad que solo era iluminado por la tenue luz de la luna que entraban por las ventanas. El conductor, un hombre de aspecto cadavérico y mirada vacía, no dirigió ni una palabra al joven mientras cobraba su pasaje.
A medida que el autobús avanzaba, Adrián se percataba de que no había otros pasajeros. Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando observó por la ventana que el paisaje exterior no parecía avanzar. Los árboles y las casas se repetían una y otra vez como en una macabra pesadilla.
De pronto, un grito desgarrador rompió el silencio. Al voltearse, Adrián vio a una figura espectral en el asiento trasero, una mujer pálida con ojos que brillaban como brasas. Un terror indescriptible se apoderó de él, y supo que se encontraba en un autobús que nunca antes había visto pasar por el lugar.
El autobús se detuvo en un cementerio antiguo. La puerta se abrió sola, invitando a Adrián a bajar. Con las piernas temblorosas, descendió del vehículo y observó cómo este se desvanecía entre la niebla. Solo y aterrado, se adentró en el cementerio, buscando la salida.
Entre las tumbas, Adrián vio figuras espectrales que lo rodeaban y emitían gemidos lastimeros. Su corazón latía con fuerza en su pecho mientras trataba de huir, pero las sombras lo atrapaban cada vez más, perdiendo la conciencia por la experiencia tan aterradora.
De repente, una luz cálida lo envolvió. Al abrir los ojos, Adrián se encontraba en la carretera, empapado en sudor y con el corazón aún palpitando. El autobús fantasma había desaparecido. Sin pensarlo dos veces, Adrián corrió hacia su pueblo, jurando jamás volver a subir a un autobús en la noche.
Desde ese día, la historia del autobús fantasma se convirtió en una leyenda local, un recordatorio de los peligros que acechan en las oscuras carreteras y de los secretos que la noche esconde.
¡Fin!
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