Soy de Venezuela, del estado de Sucre, un lugar conocido por sus vibrantes carnavales, y sus historias llenas de misterio. En mi pueblo, como en muchos otros, las leyendas y los mitos forman parte de la vida cotidiana. Mi abuela siempre decía, que en el patio de su casa, había un "entierro". Para ella, eso significaba un tesoro escondido, pero también mencionaba, que allí descansaba alguien que había muerto hace muchísimo tiempo.
Una noche, mientras estaba en la casa de mi abuela, salí de la habitación para ir a la cocina, que quedaba justo al frente. A la derecha, había una ventana con rejas que daba al patio. Sin razón alguna, sentí una extraña necesidad de mirar hacia allí, como si una voz susurrante me guiara. Fue entonces cuando vi a un anciano, de unos 85 o 90 años, estaba parado detrás del árbol de mango.
Llevaba una camisa marrón de manga larga, y un sombrero viejo. Lo más extraño era que no podía ver sus pies; el árbol lo ocultaba de la cintura hacia abajo. El hombre no dijo ni una palabra, ni hizo ningún movimiento. Simplemente me observaba fijamente, como si quisiera asegurarse de que yo lo había notado. En ese instante, recordé las historias de mi abuela sobre el "entierro" en el patio.
Aunque no sentí un miedo paralizante, la experiencia me dejó profundamente impresionado. Nunca antes había vivido algo así. Mi abuela ya no está, y la casa ahora está casi abandonada, habitada solo por una tía mayor, que parece haber olvidado las historias que mi abuela nos contaba.
Sin embargo, la imagen de aquel anciano, observándome desde las sombras del patio, sigue grabada en mi memoria como una sombra que nunca desaparece.
¡Fin!
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