Era el primer verano que pasábamos juntos después de la universidad, y acampar a orillas del lago Clearwater nos parecía la idea perfecta. Éramos tres: Sofía, Lucas y yo. Llegamos un viernes por la tarde, montamos nuestras carpas y nos preparamos para un fin de semana de descanso y diversión junto al agua.
La primera noche fue apacible. Contamos historias alrededor del fuego, reímos y disfrutamos del entorno natural. Sin embargo, la calma se esfumó la segunda noche.
Nos encontrábamos sentados junto al lago, observando el reflejo de la luna en la superficie tranquila del agua, cuando Sofía, la más perceptiva del grupo, se puso tensa de repente.
—¿Ven aquello? —preguntó en voz baja, señalando hacia el centro del lago.
Al principio, no noté nada fuera de lo común, solo las pequeñas olas en el agua. Pero, de pronto, algo comenzó a emerger lentamente. Era una figura borrosa y pálida. Parecía una mujer, o algo similar, vestida de blanco, con el cabello largo y oscuro flotando alrededor de su rostro, como si estuviera sumergida.
Lucas, con las manos temblorosas, sacó su teléfono para tomar una foto, justo antes de que la figura desapareciera bajo el agua sin dejar rastro. La imagen en la pantalla del móvil era difusa, pero se distinguía la silueta de una mujer de blanco, mirando directamente hacia nosotros.
El pánico nos invadió. Sofía comenzó a llorar, sus ojos desorbitados permanecían fijos en el punto exacto donde la figura había desaparecido. Lucas intentaba tranquilizarnos, pero su voz temblaba, mostrando que él también estaba asustado.
—No podemos quedarnos aquí; —logré decir, con la voz entrecortada por el miedo.
En cuestión de minutos, recogimos lo esencial y comenzamos a caminar hacia el pueblo más cercano. El bosque, que antes nos había parecido acogedor, ahora se sentía más oscuro y opresivo, y cada sonido nocturno nos ponía en alerta.
Llegamos al pueblo completamente agotados y pasamos el resto de la noche sin poder dormir, sobresaltándonos ante cualquier ruido. A la mañana siguiente, volvimos al campamento solo para descubrir un caos: nuestras carpas estaban rasgadas, la comida esparcida por el suelo y nuestras cosas destrozadas. Era evidente que no éramos bienvenidos allí.
Aquella experiencia nos dejó marcados. Intentamos hablar de lo sucedido, pero siempre acabábamos en un incómodo silencio. Lo que vimos aquella noche en el lago era algo que ninguno de nosotros podía explicar. Hay cosas en este mundo que es mejor no tratar de entender.
¡Fin!
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