Ayer finalmente me mudé de la casa de mis padres; ya no soportaba que me dijeran qué hacer. Mi novia, que está esperando un bebé, me ayudó a organizar nuestras cosas. Encontré unos pequeños radios para el bebé y los instalé tanto en su habitación como en la nuestra. Aunque el bebé aún no había nacido, no le di mayor importancia.
Esa noche, sentí que uno de los radios se encendía, y un fuerte llanto de bebé resonaba. Me desperté sobresaltado y noté que mi novia no estaba en la cama. La busqué por toda la casa y al no encontrarla, intenté comunicarme con la policía, pero mi teléfono se quedó sin batería y la llamada se cortó abruptamente. ¡Maldita sea! Me desplomé de rodillas, pensando que me había abandonado, pero no fue así. De pronto, su voz resonó a través del pequeño radio:
—Ayúdame... por favor, ayúdame.
Me levanté y comencé a buscar el radio, pero no lograba localizarlo. En ese instante, intenté salir en busca de ayuda, pero mi novia me advirtió que no lo hiciera, pues si salía de la casa, ella moriría.
—¡Maldita sea! —grité, golpeando el suelo con furia, y este se abrió.
Al mirar dentro, descubrí los restos de una niña de unos 12 años, según sus huesos y su largo cabello. La saqué de allí, y mi novia me pidió que la enterrara, así que tomé una pala y cavé un agujero en el patio para darle sepultura. Justo en ese momento, llegó la policía. Encontraron a mi novia en el cuarto del bebé, dormida en el suelo.
Cuando la abracé, ella me dijo que no recordaba nada y me llamó loco. Relaté a la policía lo que había encontrado, y los forenses examinaron el cuerpo. La niña, aparentemente entre 12 y 13 años, había desaparecido hace tiempo. Sus padres, devastados por la pérdida, terminaron quitándose la vida.
Todavía sigo viviendo en la casa, pero cada noche me quedo despierto hasta las cuatro de la madrugada, observando y escuchando a la niña que juega al lado de mi cama.
¡Fin!
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