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Mi Vida Después de Mi Muerte

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Son las 7 de la mañana y me desperté apresurada, enseguida me di cuenta de que en casa había un ambiente agitado. Todos parecían estar organizando algo, y pensé que era por mi cumpleaños. Ellos planeaban sorprenderme, pero la verdadera sorpresa la tenía yo preparada para ellos.

Me alisté rápidamente, pues no quería perder tiempo, y bajé las escaleras sin despedirme. No creí que me ausentaría por mucho tiempo, y rogué por encontrar un camino más corto para llegar a mi destino. Mi objetivo era una tienda de ropa, donde planeaba comprar un vestido especial para la celebración. Aunque la tienda estaba algo lejos, recordé un atajo que había visto días atrás y decidí tomarlo para ahorrar tiempo. El callejón estaba completamente vacío, casi nadie transitaba por ahí.

Mientras caminaba, un hombre apareció de la nada, agarrándome del brazo y tratando de arrastrarme. Intenté resistir, lo arañé en la cara, pero no fue suficiente. Él era mucho más fuerte que yo. Pronto comenzó a agredirme. Grité pidiendo auxilio, rogando que alguien me ayudara, pero las personas que pasaban, simplemente se alejaban, ignorando lo que ocurría.

Luché con todas mis fuerzas para liberarme. Lo pateé y rasguñé, desesperada por escapar. Finalmente, logré zafarme y corrí sin mirar atrás. Llegué a casa, temblando y sin aliento, intentando aparentar normalidad para que mi mamá no se diera cuenta. Al entrar, la vi sentada en la sala, hablando por teléfono.

Rápidamente subí al baño para lavarme el rostro, intentando borrar las manchas de sangre que aún quedaban. Una vez que terminé, bajé las escaleras, pero antes de llegar al final, escuché a mi madre llamar a mi padre con desesperación. Él bajaba corriendo las escaleras, y en cuanto lo vi, le dije: Papá. Me pasó algo terrible. Sin embargo, un frío intenso recorrió mi cuerpo cuando lo vi atravesarme como si no estuviera ahí.

Miré a mis padres y ambos lloraban desconsolados. Mi papá murmuraba: "No puedo creerlo, era solo una niña". Aterrorizada, les grité que estaba ahí, que no me había ido, pero ellos no podían ni verme ni oírme. Desesperada, salí corriendo hacia el callejón donde todo había ocurrido.

Al llegar, vi el lugar lleno de policías, ambulancias y una multitud. Me acerqué entre la gente, y al llegar al frente, pude ver mi propio cuerpo tendido en el suelo, con signos de haber sido golpeada. En ese momento, lo recordé todo. Nunca había escapado de ese hombre.

Dándome la vuelta, me alejé del lugar, sabiendo que jamás volvería. Quizás mi muerte fue el verdadero regalo que les tenía reservado, y el más inesperado de todos.

¡Fin!

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