Nos dirigíamos hacia Catemaco, Veracruz, avanzando por la carretera en plena noche, cuando el reloj marcaba cerca de las diez. Al tomar una curva, noté un grupo de personas caminando en la oscuridad; la mayoría mujeres. Supe que lo eran porque llevaban rebozos cubriéndoles la cabeza. La luz de las velas que portaban brillaba con tal intensidad que iluminaba su camino, revelando que eran más de cincuenta.
En el aire resonaban las notas de una banda que tocaba cantos fúnebres. Al parecer, llevaban coronas de flores al cementerio. Mi esposa, despertada por el movimiento, me preguntó:
—¿Qué está pasando?
Sin decir palabra, señalé hacia adelante. Ella me miró y comentó:
—¿Ya encendiste las intermitentes?
Respondí rápidamente:
—Se me pasó.
Activé las luces de emergencia, pero algo me resultaba inquietante: ningún otro vehículo venía detrás de nosotros, algo inusual en esa carretera.
Los lamentos de las mujeres se volvían más y más intensos. Mi hija, acompañada por su novio, también se despertó. Todos observábamos con asombro cómo aquel grupo avanzaba rezando, pero sus palabras eran ininteligibles. Los seguimos a lo largo de más de treinta minutos, cuando el novio de mi hija me preguntó:
—Suegro. —¿podría detenerse? Necesito ir al baño.
Le respondí que sí, aunque estábamos rodeados de árboles y la carretera pronto se volvería demasiado peligrosa para detenernos. Frené el coche y observé cómo el cortejo desaparecía tras una curva. El novio de mi hija volvió al auto y aceleré de nuevo, pero para nuestra sorpresa, no quedaba ni rastro de la marcha. El silencio era total, no había forma de que hubieran tomado otro camino.
El resto del viaje lo hicimos en silencio. Al llegar a nuestro destino, durante la cena, relatamos la experiencia. Un familiar nos dijo que aquella procesión podría habernos llevado con ellos, pero al quedarnos atrás, habíamos escapado de ese destino.
¡Fin!
¿Te gustó este relato? ¡Vota por él y ayúdalo a convertirse en la historia de terror más votada del sitio!.