El frío de la medianoche se colaba por las rendijas de la morgue. El doctor Ramírez, con los guantes en sus manos y el rostro cubierto por una mascarilla, se encontraba frente al cuerpo inerte de una joven mujer. La luz tenue de la lámpara proyectaba sombras alargadas sobre la mesa de metal, creando una atmósfera lúgubre y opresiva.
Mientras el doctor procedía con la autopsia, una extraña sensación de inquietud comenzó a apoderarse de él. Sus manos, habitualmente firmes y precisas, temblaban levemente al realizar las incisiones. Un escalofrío recorrió su cuerpo, cuando de pronto, las luces se apagaron de golpe, sumiendo la sala en una total oscuridad.
Un silencio sepulcral se apoderó del lugar. El doctor Ramírez, con el corazón palpitando desbocado, se quedó paralizado por el miedo. De repente, una voz ronca resonó en la oscuridad, proveniente del cuerpo inerte que yacía ante él.
"Por favor! ya basta!", suplicó la voz, cargada de dolor y angustia. "Duele!. Déjame en paz!".
El doctor Ramírez retrocedió tambaleándose con la sangre helada en sus venas. La voz, que provenía del cadáver de la joven, era imposible, una alucinación producto del estrés y la fatiga. Sin embargo, la intensidad del lamento y la crudeza de las palabras lo dejaron atónito.
Las luces se encendieron de nuevo, bañando la sala en una luz blanca y cruda. El doctor Ramírez, con las manos temblorosas, se acercó al cuerpo, examinándolo con detenimiento. No había ningún signo de vida, solo la carne pálida y las incisiones precisas de la autopsia.
"¿Ha sido real?", se preguntó en voz baja, tratando de calmar el temblor en su voz. "¿He escuchado la voz de una muerta?".
¡Fin!
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