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El Regreso Oscuro

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En una noche envuelta en un silencio profundo, los abuelos se ocupaban de los preparativos para la cena. Mientras el abuelo salía a cortar leña para la estufa, la abuela, con manos diestras, lavaba las verduras y aderezaba el pollo que pronto iría al horno. La llegada inesperada de su nieta, ausente por tres largos años, había alterado la rutina de la casa. Sin embargo, el paso del tiempo había dejado sus marcas; la familiaridad se había desvanecido, creando un ambiente de desconcierto. La nieta, casi irreconocible ahora, despertaba en los abuelos una mezcla de alegría y confusión.

Durante la cena, la nieta apenas tocó la comida, dejando su plato prácticamente lleno. El ambiente era tenso, con palabras escasas y una extraña energía en el aire. De vez en cuando, los abuelos intercambiaban susurros apenas audibles, convencidos de que hablaban sobre ella, aunque no podían captar el contenido exacto de sus murmullos.

Con la noche avanzada, la abuela acompañó a la joven a su habitación, donde la sensación de soledad era palpable. Tras un breve "buenas noches", la puerta se cerró con llave, dejando a la joven sumida en sus pensamientos.

Despertada por ruidos extraños desde afuera, la nieta miró por la ventana y vio al abuelo saliendo del cobertizo con un machete en la mano. Un instinto interior le decía que debía escapar. Con astucia, utilizó unos sujetadores de cabello para liberarse y se dirigió hacia la sala, solo para encontrarse de frente con su abuelo, el machete aún en su mano.

La casa retumbó con los gritos de terror. Cuando amaneció, la policía encontró dos cuerpos desgarrados, con heridas que parecían haber sido causadas por una fuerza brutal. La verdad se hizo evidente: los abuelos habían comprendido, demasiado tarde, que la criatura que habían alojado no era su nieta. El abuelo había intentado enfrentarse a esa criatura, sin importar lo que fuera, pero sabía que no era su nieta.

Al caer la noche, la aldea quedó sumida en un silencio inquietante, roto solo por el eco de una tragedia consumada. La policía, desconcertada, no podía explicarse cómo dos personas de edad avanzada habían sido víctimas de un ataque tan brutal y despiadado. Las pruebas apuntaban a una fuerza sobrenatural, pero ¿cómo plasmar eso en un informe?

En medio de la confusión, una figura solitaria caminaba por los caminos polvorientos del pueblo, alejándose de la escena del crimen. Era la nieta, o al menos, la criatura que había adoptado su forma. A cada paso que daba, el aire se llenaba de un frío glacial, como si arrastrara consigo la esencia de la noche eterna.

La investigación policial no condujo a ninguna parte. Sin testigos ni pruebas sólidas, el caso se archivó como un misterio sin resolver, una historia que se perdería en el tiempo, pero que seguiría viva en las leyendas contadas al calor del hogar.

¡Fin!

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