En un pequeño pueblo rodeado de bosques, la llegada de una nueva maestra sustituta generó inquietud entre los habitantes. Al principio, parecía una persona normal, pero pronto se descubrieron sus hábitos extraños. Se la veía caminando sola por el río, hablando consigo misma y realizando rituales misteriosos.
Una noche, un grupo de valientes decidió seguir a la maestra y descubrieron que se transformaba en una enorme perra blanca. Que aullaba de forma infernal en dirección al bosque, como si llamara al mismísimo demonio, aullidos que parecían ser respondidos por bramidos provenientes del bosque, que hacían temblar la tierra.
La comunidad se reunió para decidir qué hacer. El anciano sabio del pueblo lideró un grupo de valientes que se enfrentaron a la maestra. La sorprendieron y la agarraron de las manos. Le echaron agua bendita con sal, y ella gritó de dolor, revolcándose en el suelo.
La maestra comenzó a cambiar de forma, aullando como una perra y bramando como un ser infernal. Los habitantes se convencieron de que estaban tratando con una enviada del demonio. Le dijeron que se marchara, que no querían que hiriera a nadie en el pueblo. La maestra se desfiguró y lanzó una maldición sobre los que la rodeaban, jurando que sufrirían un castigo eterno en las llamas del infierno.
El anciano sabio extendió su mano y trazó un signo de protección en la frente de la maestra, invocando la gracia divina para alejar el mal. La obligaron a marcharse, prometiendo que no volvería jamás al pueblo. La llevaron a la salida del pueblo, y desde entonces, nunca se supo de ella. Los habitantes del pueblo se sintieron aliviados, pero sabían que nunca podrían olvidar la experiencia terrorífica que habían vivido.
¡Fin!
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