Cuando trabajaba en el hospital en Los Cabos, siempre disfrutaba del turno de noche. En una de esas noches, al no tener pacientes ni emergencias, decidimos bajar todos al comedor para cenar juntos.
El hospital se quedó vacío, apenas los compañeros de recepción y seguridad, se quedaron en sus puestos. El comedor estaba en el sótano, cerca de la entrada del personal, que daba directamente al estacionamiento. A esa hora, las 3:00 a.m., los únicos autos en el estacionamiento eran de quienes estábamos trabajando.
No había nadie más; todo estaba desierto. Mientras charlábamos, de repente, escuchamos un grito claro de un niño pequeño, como de tres años, que decía: "¡Mamá!". El grito sonó tan cerca que parecía venir del estacionamiento.
Todos nos asustamos, y nadie quiso levantarse para ver si realmente había un niño ahí. Después, le pedimos a los compañeros de las cámaras, que revisaran si había alguien más o algún niño, y nos confirmaron que el hospital estaba completamente vacío desde la medianoche.
Eso solo podía significar una cosa: el grito no pertenecía a alguien de este mundo.
¡Fin!
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