Hace unos meses, me vi obligada a mudarme a la casa de mi abuela. Aunque no era mi deseo, las circunstancias nos llevaron a vivir allí. Sin esperarlo, comencé a percibir presencias que no pertenecían a este mundo. Con temor, pero decidida a entender lo que ocurría, consulté a mi abuela sobre estas visiones. Ella me sugirió, que podría tratarse de un don, aunque no parecía convencida de que fuera posible.
Una tarde, mi madre me siguió hasta mi habitación. Durante la conversación, le confesé lo que estaba experimentando. Con calma, me aseguró que ver a los difuntos era un don, y que debía aprovecharlo. Asustada, le respondí:
—Mamá, esto no me agrada, lo siento como algo negativo.
Ella me miró con preocupación, pero sin decir más, salió del cuarto.
De inmediato, mi padre entró y preguntó:
—¿Con quién hablabas?.
Con seguridad, le respondí:
—Con mamá.
Su expresión cambió al instante y me dijo:
—No digas eso. Sabes que mamá nos dejó hace unos meses. Déjala descansar en paz.
Angustiada, le expliqué:
—Papá, la veo todos los días.
Mi padre, enfadado, me ordenó que dejara de hablar del tema. Aunque obedecí, la situación se repetía diariamente. Cada día la veía, y mi padre se molestaba, hasta que un día no pude más y lo enfrenté.
—Papá, te quiero mucho, pero hay algo que no sabes. Tú también debes partir y dejarnos en paz.
Mis padres fallecieron en un accidente hace unos meses, y aún no han encontrado descanso. A veces me reconforta poder verlos, pero el miedo y la tristeza, me invaden al recordar que ya no están en este mundo.
¡Fin!
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