Mi madre nos reveló una historia, que nos dejó aterrorizados, con el corazón latiéndonos a mil por hora. Cuando ella era más joven, y yo apenas una niña, mi padre había fallecido en un trágico accidente, dejándonos a mi madre, mi hermano y a mí, solos.
Una noche lluviosa de verano, alrededor de las 12:30, mientras mi madre leía una revista de modas, el teléfono comenzó a sonar. Sorprendida y preocupada por la hora, contestó, pero nadie respondía. Colgó, pero el teléfono volvió a sonar un minuto después, y de nuevo, nadie respondía.
Mi madre, cada vez más asustada, fue a nuestra habitación para asegurarse de que mi hermano y yo estuviéramos bien. Nos encontró durmiendo plácidamente. Al regresar a la sala, el teléfono sonó una vez más. Con temor, contestó, pero nuevamente nadie respondía. Ya más irritada que asustada, decidió colgar, pero justo antes de hacerlo, escuchó una voz desesperada que decía: "Por favor, ayúdame". Mi madre, reconoció la voz de mi padre, y sin dudarlo le preguntó si era él, y qué necesitaba. Pero solo obtuvo silencio.
El número era desconocido, aunque mi madre había instalado un detector de llamadas un año antes. Temiendo que fuera algo más que una broma, acudió a la policía. Tras unos días, la policía la llamó para informarle, que la llamada provenía de una cabina en la calle 45, esquina con la avenida Madero. Mi madre agradeció al oficial, pero en ese instante supo que no había sido una broma. Ese era el lugar donde mi padre había tenido el accidente.
Nunca volvimos a experimentar algo parecido. Aunque espero que haya sido una broma, mi madre no puede olvidar la voz de mi padre, creyendo que su alma aún vaga por ese lugar, sin encontrar descanso.
¡Fin!
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