Hace aproximadamente cinco años, mi esposo, mis hermanos y yo, decidimos adentrarnos en un cerro que ya habíamos visitado antes. En ocasiones anteriores, habíamos encontrado altares y figuras extrañas, como si alguien realizara rituales oscuros en ese lugar. Mientras subíamos, nos cruzamos con una anciana que caminaba acompañada de dos niños pequeños.
La mujer, con una voz áspera y seca, nos preguntó:
—¿Hacia dónde se dirigen?
Mi esposo, intentando sonar casual, respondió:
—Solo queremos subir un poco más, para capturar algunas fotos del paisaje.
Ella nos miró fijamente y nos advirtió:
—No sigan adelante. Allá arriba hay cosas que no deberían ver.
Yo, sintiendo un escalofrío, le dije:
—Está bien, no subiremos más. Gracias por el aviso.
Lo que nos dejó aterrados, fue que ni la anciana ni los niños tenían pupilas. Sus ojos eran completamente blancos, como si algo en ellos no fuera normal.
Continuamos caminando unos metros más, en silencio, hasta que uno de mis hermanos, con un tono bajo y nervioso, preguntó:
—¿Vieron lo mismo que yo?
Todos asentimos con la cabeza, y en ese momento, el miedo nos invadió. Corrimos cuesta abajo, sin mirar atrás. Cuando finalmente nos detuvimos y volteamos a verlos, la anciana y los niños habían desaparecido. El camino era recto, y no había forma de que hubieran corrido tan rápido para esconderse. Parecía que se hubieran evaporado en el aire.
¡Fin!
¿Te gustó este relato? ¡Vota por él y ayúdalo a convertirse en la historia de terror más votada del sitio!.