Javier llevaba ya varios meses viviendo solo, en su pequeño apartamento en la ciudad. Disfrutaba la tranquilidad de su hogar, pero últimamente, había comenzado a notar cosas extrañas. Los muebles parecían moverse ligeramente, mientras que las luces, parpadeaban sin motivo. Ademas algunas noches, escuchaba susurros cerca de la puerta de entrada.
Al principio pensó que era su imaginación, hasta que una noche, justo a las 3:33 a. m., escuchó unos golpes en la puerta. No eran golpes normales. Eran lentos, pesados, como si algo sin prisa, llamara desde el otro lado.
Se levantó con el corazón latiéndole en la garganta, y observó por la mirilla, pero no había nadie. Aun así, los golpes continuaban, y entonces, desde el otro lado, una voz tenebrosa susurró su nombre.
El miedo lo paralizó, no había dicho su nombre a nadie en días. ¿Cómo lo sabía?.
Se apartó de la puerta, pero los golpes se hicieron más insistentes. Luego, la voz susurró algo que le heló la sangre:
—Ábreme. Sé que estás solo.
Javier contuvo la respiración. No abriría. Pero la puerta comenzó a crujir, como si algo la empujara desde el otro lado.
Tomó su teléfono, e intentó llamar a un amigo, pero antes de que pudiera marcar, escuchó como la manija de la puerta giraba, y aquella voz, ahora desde dentro del apartamento decía:
—Gracias por dejarme entrar.
¡Fin!
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