En un pequeño pueblo a las afueras de la gran ciudad, enclavado entre las montañas, vivía un joven llamado Mauro. Mauro era un chico solitario, marcado por una tragedia que lo había perseguido desde su infancia: la muerte de su madre y varios vecinos, en un incendio cuando él era solo un niño.
Desde entonces, Mauro se sentía atormentado por extraños sucesos paranormales. Sombras fugaces en las esquinas de su habitación, susurros en la noche que solo él escuchaba, y objetos que se movían solos. La presencia de espíritus inquietos se hacía cada vez más latente.
Una noche, Mauro se despertó sobresaltado, con la sensación de que alguien lo observaba. Cuando de pronto, vio una figura fantasmal flotando sobre su cama. Era la imagen de su madre, con una expresión triste y suplicante.
Aterrorizado, Mauro soltó un grito, e inmediatamente la figura se desvaneció. A partir de ese momento, las apariciones se intensificaron. Mauro ya no podía dormir, ni comer, ni concentrarse en sus estudios. Estaba consumido por el miedo y la desesperación.
Decidido a poner fin a su tormento, Mauro buscó la ayuda de un viejo chamán, que vivía en las afueras del pueblo. El chamán le explicó que el espíritu de su madre, y de las otras personas que habían muerto en el incendio, vagaban sin rumbo, como almas en pena, atrapados en este mundo terrenal por el dolor y la culpa.
Para liberar a los espíritus y encontrar la paz, Mauro debía realizar un ritual en el lugar donde había ocurrido la tragedia. Con el corazón lleno de miedo, Mauro se dirigió a las ruinas de las casas quemadas. Allí, entre los escombros carbonizados, realizó el ritual siguiendo las instrucciones del chamán.
Concluido el ritual, Mauro se dispuso a retornar a su hogar. Ya por la noche, mientras descansaba, Mauro sintió una presencia a su lado. Se giró y vio a su madre, no como un fantasma aterrador, sino como una figura serena y radiante. Ella le sonrió con ternura y le dijo:
Hijo mío, ya es hora de que me despida. He encontrado la paz que tanto anhelaba. No tengas miedo. Yo siempre estaré contigo, en tu corazón.
Las palabras de su madre llenaron a Mauro de una profunda paz. Los espíritus se habían liberado y él finalmente podía descansar del tormento.
Desde ese día, Mauro ya no vio ni escuchó a los espíritus. Sin embargo, la presencia de su madre siempre estuvo con él, guiándolo y dándole fuerzas en los momentos difíciles. Mauro había aprendido a vivir con el recuerdo de su madre, no como una fuente de dolor, sino como un símbolo de amor y esperanza.
¡Fin!
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