Cuando apenas tenía 12 años, viví uno de los momentos más escalofriantes de mi vida.
Una noche, un grupo de amigos y yo, jugábamos a las escondidas frente al parque del barrio. Todo andaba en silencio; solo se escuchaban nuestras risas y pasos corriendo entre los árboles. Hasta que de pronto, el más pequeño del grupo gritó desde la zona de los columpios.
Corrimos hacia él, preocupados, y al llegar, lo encontramos bastante asustado. Aseguraba que una niña vestida de blanco lo había empujado, y le había susurrado algo al oído.
Nos miramos sin entender, ya que ninguno de nosotros había visto a nadie más. Al preguntarle qué le había dicho aquella niña, su rostro cambió, se puso pálido, y con voz temblorosa, repitió lo que la niña le había susurrado:
—"Ahora te quedas aquí conmigo".
En ese instante, los columpios comenzaron a moverse por sí solos, como si alguien los empujara. No había viento, ni una sola ráfaga de aire que pudiera explicar ese movimiento.
Inmediatamente, todos corrimos despavoridos a nuestras casas.
Desde entonces, ninguno de nosotros quiso volver a jugar en ese parque.
Incluso, hasta el día de hoy, quienes pasan por ese lugar, aseguran que el columpio sigue moviéndose solo, sin que nadie lo toque.
¡Fin!
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