Hace como 10 años atrás, comencé a trabajar en un hotel ubicado en una zona de Playa del Carmen, donde antiguamente se encontraban restos arqueológicos. Una noche, al salir tarde del trabajo, perdí el último transporte hacia mi hogar. Decidí caminar rápidamente, ya que el trayecto hasta la salida de la residencial era de unos 20 minutos.
Eran casi las 12 de la noche, y caminaba solo por calles poco iluminadas. Al pasar por una cuadra con pequeñas ruinas, escuché un susurro insistente, como si alguien intentara llamar mi atención. Seguí el consejo de mi esposa, y continué caminando sin mirar atrás, pensando que solo eran personas tratando de molestar.
Sin embargo, el sonido se repitió tres veces más mientras avanzaba. Me pareció extraño no escuchar pasos, ni ningún otro ruido. Aceleré el paso, pero la curiosidad me venció. Quise voltear la mirada, pero al ver la hora, noté que eran las 12:18 a.m.
De pronto, sentí una desorientación similar a la de despertar de una siesta, sin saber si es de día o de noche. En ese instante, mi celular vibró; era mi esposa. Al contestar, recuperé la claridad y me di cuenta de que algo inusual estaba ocurriendo. Miré el reloj nuevamente, y ya eran las 12:48 a.m. Habían pasado varios minutos, sin que me diera cuenta.
Corrí hasta llegar a casa, y le conté a mi esposa lo sucedido. Sentí un frío intenso, como si mi temperatura corporal hubiera descendido drásticamente. Ella me pasó un huevo por la cabeza, y al amanecer, me sentí mejor. Me explicó que había sido obra de "los Aluxes", espíritus de la selva, que según las leyendas, pueden desorientar a las personas.
Desde entonces, cada vez que paso por lugares con restos arqueológicos, selvas o cenotes, pido permiso a las entidades para que mi familia y yo, podamos transitar sin problemas.
¡Fin!
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