Mi historia es algo extraña, y difícil de explicar. Vivía en una región donde el principal sustento, era trabajar la tierra cultivando maíz. Como era costumbre, mi tarea diaria era llevarle el almuerzo a mi padre, quien pasaba horas en el campo, mientras mi madre se encargaba de las labores del hogar.
Había recorrido ese sendero muchas veces, pero una tarde, mientras cruzaba el bosque, escuché que alguien pronunciaba mi nombre. Pensé que quizás era algún bromista del pueblo, pero la curiosidad me llevó a buscar el origen de aquella voz. Al acercarme a un enorme árbol, vi a un hombre, sentado en la base del tronco. Sostenía un libro grande, como si estuviera inmerso en su lectura. Su apariencia era peculiar: una barba larga y canosa, y una túnica blanca.
De pronto, lo que parecía ser un hombre, desapareció ante mis ojos, y en su lugar apareció un majestuoso caballo negro que me observaba fijamente. Me quedé inmóvil, como hipnotizado. Poco a poco, el animal se alejó sin dejar rastro.
Al llegar con mi padre y entregarle su comida, se mostró molesto por mi tardanza. Traté de explicarle lo que había visto, pero no me creyó. Esa noche, sin embargo, la inquietud volvió, cuando aquel caballo apareció en nuestra casa. Los perros ladraban y aullaban sin cesar. Desperté a mi padre, y juntos fuimos testigos de su presencia. Finalmente me creyó, aunque no supo qué hacer al respecto.
Lo peor fue que esto se repitió cada noche. El caballo llegaba, destrozaba el pasto y dejaba un rastro de suciedad en el patio. Su presencia era acompañada por la misma voz, llamándome desde las sombras. Desesperados, buscamos la ayuda de un brujo, quien nos indicó un ritual para ahuyentar al espíritu. Sin embargo, pese a nuestros esfuerzos, no funcionó.
La única solución que encontré, fue abandonar mi hogar. Desde ese día, nunca más he vuelto a aquella casa, y aquel caballo, sigue siendo un misterio que me persigue en mis recuerdos.
¡Fin!
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