La noche era una sombra que se cernía sobre la casa, envolviendo a Ana en una sensación de inquietud. El viento aullaba como un lobo hambriento, y las sombras danzaban en las paredes como espectros inquietantes.
Ana intentaba concentrarse en su lectura, pero un sentimiento de malestar la corroía por dentro. De repente, un golpe seco en la puerta principal la sobresaltó. Pensó que podría ser el viento, o quizás un animal perdido. Con cautela, se acercó a la puerta y miró por la mirilla. La oscuridad era tan densa que parecía tener vida propia.
Pero luego, los golpes se intensificaron, adquiriendo un ritmo más frenético. Ana se armó de valor y abrió la puerta, pero solo encontró la oscuridad que parecía tener vida propia. El silencio que siguió fue aún más inquietante, y pronto se dio cuenta de que un susurro misterioso comenzaba a filtrarse por las paredes, como un eco siniestro que resonaba en su mente.
Cuando Ana se dirigió a su habitación y abrió la puerta, se encontró cara a cara con su propio reflejo en el espejo, pero algo estaba muy mal. Sus ojos, que normalmente brillaban con vida, ahora parecían vacíos y muertos.
El miedo la envolvió como una niebla fría. La imagen en el espejo se desvaneció, y el silencio que siguió fue más aterrador que cualquier sonido. Ana se quedó allí, congelada, preguntándose si había imaginado todo o si algo más siniestro había estado presente en su habitación. Una cosa era cierta: nunca se sentiría segura en esa casa de nuevo.
¡Fin!
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