En las pintorescas callecitas de la ciudad de Cuenca en Ecuador, se dice que un espíritu vengativo ronda, sembrando el terror en el corazón de sus habitantes. Se trata del fantasma del cura sin cabeza, condenado a penar para siempre debido a sus pecados mortales.
En vida, el cura era conocido por su lascivia y su falta de escrúpulos. Se decía que tenía un ojo para las mujeres del pueblo, y no dudaba en seducirlas con sus palabras suaves y su sonrisa hipócrita. Los esposos y padres airados acudían a la iglesia para reclamarle, pero el cura contaba con la protección de las autoridades eclesiásticas, que lo mantenían en su puesto a pesar de las quejas.
La gente se sentía ultrajada por la hipocresía del religioso, y solo asistía a misa por obligación. Pero cuando el cura murió, la ciudad respiró un suspiro de alivio. Nadie asistió a su funeral, y el panteonero se encargó de enterrarlo rápidamente, ansioso por dejar atrás el cementerio.
Pero cuando el féretro cayó en la fosa, la tapa se abrió, revelando el cuerpo del cura sin cabeza. El sepulturero se desmayó de terror, y cuando se recuperó, corrió a contar la historia en la taberna más cercana. Todos se sorprendieron y acudieron al cementerio para verificar la historia. Y allí, encontraron el cuerpo del cura a quien le faltaba la cabeza.
La gente se sintió aterrorizada, y alguien murmuró: "Dios mío, el demonio debe haberse llevado su alma al infierno". Desde ese día, el fantasma del cura sin cabeza ronda las calles de Quito, condenado a vagar por la eternidad, sin cabeza y sin paz.
¡Fin!
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