En la quietud de la noche, cuando el mundo parece detener su frenético giro y el silencio se convierte en el amo de la oscuridad, una figura solitaria se sienta en una silla en la esquina de mi habitación. No emite sonido alguno, no se mueve, solo está ahí, observando. La luz de la luna, filtrándose a través de las cortinas, apenas revela los contornos de su forma, dejando su rostro en un misterioso anonimato. Cada vez que intento enfocar mi mirada para descifrar quién o qué es, la oscuridad parece devorar cualquier detalle, como si se tratara de un secreto que la noche se niega a revelar.
Esta presencia, silenciosa y enigmática, se ha convertido en una constante en mis noches, una sombra que, sin palabras, cuenta historias de otros mundos, de realidades que yacen más allá de nuestra comprensión. Algunas noches, me convenzo a mí mismo de que es producto de mi imaginación, un truco de mi mente cansada. Pero en el silencio, puedo sentir su mirada, pesada y penetrante, como si a través de ella pudiera ver lo más profundo de mi ser.
No sé qué quiere de mí, o si simplemente su intención es recordarme que en la oscuridad, nunca estamos verdaderamente solos. Lo que sí sé es que cada noche, cuando el mundo se sumerge en el sueño y la oscuridad se apodera de todo, esa figura estará allí, sentada, esperando.
Así que, mis queridos noctámbulos seguidores, mientras se adentran en el abrazo de la noche, recuerden que la oscuridad puede ser el hogar de aquellos que prefieren permanecer ocultos, observando desde las sombras. Que sus sueños les sean leves y que la presencia en la oscuridad sea solo un susurro en sus historias de medianoche.
¡Fin!
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