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La Historia de Mi Abuela

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La señora Amelia se aferraba a su hogar con la tenacidad de una enredadera. La sola idea de abandonar su refugio, de ser trasladada a un asilo de ancianos, le provocaba una profunda angustia.

¡Me marcharé de aquí en un ataúd!, sentenciaba con voz firme, desafiando a cualquiera que osara sugerir lo contrario—. Esta es mi morada, mi reino, y aquí permaneceré hasta el final.

Amelia era una mujer orgullosa, de esas que habían vivido tiempos difíciles y forjado su carácter a base de golpes y desilusiones. La edad, lejos de apagar su espíritu, solo había intensificado su terquedad. La última vez, su nieta Sofía, la había encontrado con sus manos cubiertas de pequeñas quemaduras, producto de un fallido intento de encender unos fósforos. La vieja estufa a gas, reliquia de un pasado más simple, seguía siendo su compañera inseparable, a pesar de los riesgos que implicaba su uso.

La preocupación de Sofía por su abuela era cada vez más profunda. Cada visita la confrontaba con una nueva evidencia de la fragilidad de Amelia. Un día, descubrió una hinchazón preocupante en su cabeza, producto de una caída mientras cambiaba un foco. Sofía le ofreció ayuda, le propuso contratar a alguien que la asistiera en las tareas domésticas, pero Amelia se negaba rotundamente.

¡No quiero extraños en mi casa!, exclamaba con vehemencia. ¡No confío en nadie! ¡Ya te dije que no necesito ayuda!

Sofía respetaba la independencia de su abuela, pero la impotencia la consumía. La veía cada vez más frágil, perdida en sus recuerdos, murmurando entre sueños palabras incomprensibles. A veces, su mirada se posaba en una fotografía antigua, una imagen del abuelo, y un susurro casi inaudible escapaba de sus labios: "Perdóname".

Un año después, Amelia partió de este mundo, dejando tras de sí un vacío inmenso. Tenía 93 años y, junto a ella, reposaba debajo de una almohada el cráneo de su amado esposo. La revelación impactó a Sofía, quien finalmente comprendió la razón por la que su abuela había rechazado cualquier tipo de ayuda. El abuelo, desaparecido años atrás sin dejar rastro, había estado presente en sus últimos momentos, acompañándola en su solitario viaje hacia el más allá.

¡Fin!

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