Una noche, en casa de mis padres, sobre las 4 de la madrugada, estábamos una amiga y yo en mi habitación, acostadas y charlando, como suele pasar cuando invitas a alguien a dormir.
De repente, llamaron a la puerta tres veces.
Le dije a mi amiga:
—Es mi padre... seguro que quiere que nos callemos.
Nos asustamos un poco, y decidimos dormirnos.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, le pregunté a mi padre:
—Papá, tampoco estábamos hablando tan alto, como para que nos regañaras y vinieras a golpear la puerta.
Él se quedó con una expresión de sorpresa y me dijo:
—¿Cuándo hice eso? Si hubiera sido yo, te lo habría dicho. No tiene sentido golpear la puerta y no decir nada.
Mi amiga y yo, nos miramos confundidas. Salimos de la cocina y fuimos a la sala. Desde allí, escuchamos cómo mi madre le decía en voz baja a mi padre:
—Eso es una señal...
Pero él, que no cree en nada de eso, le respondió:
—No digas tonterías, seguro lo soñaron, o les pareció.
Así quedó la cosa...
Pasaron algunos días, y mi amiga que es de Orense, me invitó a pasar una semana en su casa. Nos fuimos, y estábamos solas en su piso. No recuerdo si fue el tercer o cuarto día, pero sucedió de nuevo.
A altas horas de la noche, escuchamos tres golpes en la puerta de la habitación.
Mi reacción inmediata fue:
—Aquí no está mi padre...
¡Fin!
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