Esta experiencia personal, más allá de lo terrorífico o paranormal, se adentra en lo místico e inexplicable, especialmente para mi corta edad en ese entonces, y hasta el día de hoy no le encuentro sentido. Corría el año 1998, con apenas 8 años, era un niño bastante curioso e inquieto como todos a esa edad. Mi padre solía llevarme al campo en bicicleta, lejos de la ciudad.
Ese viernes lo recuerdo perfectamente. Salí de la escuela y mi padre ya tenía listas las bicis para la "aventura" del día. Me sentía muy entusiasmado, mucho más de lo normal. Me cambié rápido y emprendimos el viaje. Nos adentramos en el campo abierto y de pronto empecé a sentir un hormigueo en el estómago, como una descarga de adrenalina, y decidí pedalear tan rápido que dejé varios metros atrás a mi papá. Entonces, exactamente en un cruce de caminos, justo en el centro, me detuve de golpe como si algo me hubiese congelado. Sentí mis pies pesados y ya no pude pedalear. Justo debajo de mí, había una especie de pulsera o brazalete con varias piedras que yo nunca había visto (roja, blanca, verde, café, roja y morada).
No sé si fue imaginación mía o algo raro pasó, pero claramente escuché que las piedras me decían "levántame". Acto seguido, las tomé en mis manos y sentí tanta paz que no sé cómo explicarlo, pero todo se empezó a nublar como nunca antes. Mi papá me alcanzó y preguntó, "¿todo bien?" Yo respondí, "Sí, papá, todo bien, ¿seguimos?" A lo que él me respondió, "No, hijo, ve cómo está de nublado, ya vamos a darle para la casa."
Cuando llegué a casa, enseguida mi mamá dijo que me notaba "raro". Traté de explicarle que todo estaba bien, pero me dijo, "No, tú traes algo, dime qué te pasa". Al final, le conté todo lo que había sucedido hasta ese momento. Me dijo que le entregara la pulsera y me dijo, "No quiero que vuelvas a andar recogiendo "cochinadas" del suelo", y la guardó bajo llave en un buró.
Esa noche no pude dormir, me sentía triste sin esas piedras. Al día siguiente, muy temprano, sentí una necesidad absurda de tener las piedras, pero algo me decía que ya no estaban en el buró. Tomé mi bici, agarré valor y, sin que nadie se diera cuenta, empecé a pedalear campo adentro yo solo, sin compañía. Y exactamente donde las había recogido por primera vez, exactamente en la misma posición en la que las recordaba, ahí estaba la pulsera de piedras. Me sentí triste y enojado a la vez, y les grité, "¡Por su culpa me regañó mi mamá!", y las lancé a una pequeña laguna cercana.
Regresé camino a casa, hasta cierto punto confundido. No sabía cómo había hecho para llegar yo solo tan lejos. Por suerte, encontré a un conocido de la familia que había salido por leña en su camioneta y ya iba de regreso al pueblo. Fue él quien me llevó y me entregó con mis padres.
Nunca entenderé cómo es que esas piedras me "hablaron" y cómo es que las volví a encontrar en el mismo lugar.
¡Fin!
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